Sábado
Santo
Por la mañana
REFLEXIÓN
Hoy sábado santo, acompañamos en el Espíritu a María la madre
solitaria, a quien su hijo Jesús le fue arrebatado y ajusticiado.
Por lo que sea, pues hay tantas teorías que vienen de lados
interesados. Entre ellos el judaísmo.
Su ajusticiamiento se planta como un misterio acusador a la
humanidad: capacidad de ajusticiar inocentes.
Somos capaces de lo peor con nuestras propia especie. Se
palpa cada segundo en cualquier parte de esta tierra que habitamos y
depredamos.
Si este signo no existiese estaríamos en completas tinieblas,
de violencia entorpecida por la sangre que derrama.
Porque donde ella es la que domina, la carne humana deja de
ser individuo para convertirse en bulto, que ni siquiera se sepulta, para que
no contamine.
Y los espectadores de la brutalidad, por mano humana, directa
o indirecta, nos vamos deslizando en la desesperanza, impotencia, indolencia y
pérdida de lo que en algún momento llamamos dignidad de la persona humana.
Luego convenía que uno inocente muriera por todos, con
capacidad de elevar su muerte a paradigma que mueve a emprender un itinerario
alternativo al de la muerte sin sentido.
El poder del Espíritu del Padre hará que la muerte del Hijo
encarnado se levante como la serpiente de bronce para curarnos de nuestra
mordida de serpiente insidiosa. Nos conviene el crucificado para curarnos para
siempre.
En el silencio del sábado santo instituído por la Iglesia
para acompañar a Jesús yacente y dormido, nos preparamos para la novedad del
Señor que interviene por la Resurrección de su Hijo e inicia una nueva
creación.
Este anhelo profundamente sentido de una novedad auténtica
que supere nuestra vejez, muerte y corrupción de todo, personal y social y de
naturaleza, ha sido respondida y satisfecha en la Resurrección de Jesús de
Nazareth.
Nuestra participación de ella depende de la fe que nos mueve
y su desarrollo.
Ahora la Palabra está en nosotros, la tenemos nosotros, es
nuestro turno. La chispa de la novedad, por nosotros debe propagarse en un
fuego universal, para inflamarlo todo y que arda sin consumirse como la zarza
de Yavé.
De una antigua
Homilía sobre el santo y grandioso Sábado
(PG 43, 439. 451. 462-463)
EL DESCENSO DEL SEÑOR A LA REGIÓN DE LOS MUERTOS
El Dios hecho
hombre ha muerto y ha puesto en movimiento a la región de los muertos.
Es el momento de convencer a muchos caídos, ya difuntos, que
no creían, no esperaban, dudaban, y pensaban que todo había terminado. Aquellos
que murieron con temor de haber acabado su única vida. Aquellos que murieron
trágicamente, segados en su juventud y su potencialidad, sin que pudieran
desplegar su proyecto de vida y un significado significante para su existencia.
Pero también es el momento de iluminar por fe a los que en
esta orilla fueron y son testigos mudos de ese éxodo, que observan con dolor y
duelo de separación y pérdida, y hasta temen una perdición definitiva.
En estos momentos celebramos la evangelización de los que ya
partieron, y es posible acceder al gozo que entraña que nuestros conocidos son
resucitados por la Palabra viva del Señor Jesús.
«Despierta, tú
que duermes, Y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo.
Un maravilloso himno de la fe cristiana primitiva, que
compartimos a partir de este momento.
Levántate,
vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te
coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí comer del
simbólico árbol de la vida; mas he aquí que yo, que soy la vida, estoy unido a
ti. Puse a los ángeles a tu servicio, para que te guardaran; ahora hago que te
adoren en calidad de Dios.
Sobre el horizonte se posiciona la posibilidad de convertir
nuestros sueños de humanidad en realidad novedosa.
https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1644664489243996167?s=20
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