martes, 17 de octubre de 2023

BEATO CARLO

 

San Ignacio de Antioquía
Obispo y mártir

Ignacio fue el segundo sucesor de Pedro en el gobierno de la Iglesia de Antioquía.

Condenado a morir devorado por las fieras, fue trasladado a Roma y allí recibió la corona

de su glorioso martirio el año 107, en tiempos del emperador Trajano. En su viaje a Roma,

escribió siete cartas, dirigidas a varias Iglesias, en las que trata sabia y eruditamente de

Cristo, de la constitución de la Iglesia y de la vida cristiana. Ya en el siglo IV, se celebraba

en Antioquía su memoria el mismo día de hoy.

Soy trigo de Dios, y he de ser molido
por los dientes de las fieras
De la carta de san Ignacio de Antioquía,
obispo y mártir, a los Romanos

Yo voy escribiendo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco lo

mismo: que moriré de buena gana por Dios, con tal que vosotros no

me lo impidáis. Os lo pido por favor: no me demostréis una benevolencia inoportuna. Dejad que

 sea pasto de las fieras, ya que ello me

hará posible alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios, y he de ser molido

por los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo.

Rogad por mí a Cristo, para que, por medio de esos instrumentos,

llegue a ser una víctima para Dios.

De nada me servirían los placeres terrenales ni los reinos de este

mundo. Prefiero morir en Cristo Jesús que reinar en los confines de la

tierra. Todo mi deseo y mi voluntad están puestos en aquel que por

nosotros murió y resucitó. Se acerca ya el momento de mi nacimiento

a la vida nueva. Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida, no

queráis que muera; si lo que yo anhelo es pertenecer a Dios, no me

entreguéis al mundo ni me seduzcáis con las cosas materiales; dejad

que pueda contemplar la luz pura; entonces seré hombre en pleno

sentido. Permitid que imite la pasión de mi Dios. El que tenga a Dios

en sí entenderá lo que quiero decir y se compadecerá de mí, sabiendo

cuál es el deseo que me apremia.

El príncipe de este mundo me quiere arrebatar y pretende arruinar

mi deseo que tiende hacia Dios. Que nadie de vosotros, los aquí

presentes, lo ayude; poneos más bien de mi parte, esto es, de parte

de Dios. No queráis a un mismo tiempo tener a Jesucristo en la boca

y los deseos mundanos en el corazón. Que no habite la envidia entre

vosotros. Ni me hagáis caso si, cuando esté aquí, os suplicare en

sentido contrario; haced más bien caso de lo que ahora os escribo.

Porque os escribo en vida, pero deseando morir. Mi amor está crucificado y ya no queda en mí

 el fuego de los deseos terrenos; únicamente siento en mi interior la voz de una agua viva que me

 habla y me dice: «Ven al Padre». No encuentro ya deleite en el alimento

material ni en los placeres de este mundo. Lo que deseo es el pan de

Dios, que es la carne de Jesucristo, de la descendencia de David, y la

bebida de su sangre, que es la caridad incorruptible.

No quiero ya vivir más la vida terrena. Y este deseo será realidad si

vosotros lo queréis. Os pido que lo queráis, y así vosotros hallaréis

también benevolencia. En dos palabras resumo mi súplica: hacedme

caso. Jesucristo os hará ver que digo la verdad, él, que es la boca que

no engaña, por la que el Padre ha hablado verdaderamente. Rogad

por mí, para que llegue a la meta. Os he escrito no con criterios

humanos, sino conforme a la mente de Dios. Si sufro el martirio, es

señal de que me queréis bien; de lo contrario, es que me habéis aborrecido

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