San Ignacio de AntioquíaObispo y mártir
Ignacio fue el segundo sucesor de Pedro en el gobierno de la Iglesia de Antioquía.
Condenado a morir devorado por las fieras, fue trasladado a Roma y allí recibió la corona
de su glorioso martirio el año 107, en tiempos del emperador Trajano. En su viaje a Roma,
escribió siete cartas, dirigidas a varias Iglesias, en las que trata sabia y eruditamente de
Cristo, de la constitución de la Iglesia y de la vida cristiana. Ya en el siglo IV, se celebraba
en Antioquía su memoria el mismo día de hoy.
Soy trigo de Dios, y he de ser molido
por los dientes de las fieras
De la carta de san Ignacio de Antioquía,
obispo y mártir, a los Romanos
Yo voy escribiendo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco lo
mismo: que moriré de buena gana por Dios, con tal que vosotros no
me lo impidáis. Os lo pido por favor: no me demostréis una benevolencia inoportuna. Dejad que
sea pasto de las fieras, ya que ello me
hará posible alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios, y he de ser molido
por los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo.
Rogad por mí a Cristo, para que, por medio de esos instrumentos,
llegue a ser una víctima para Dios.
De nada me servirían los placeres terrenales ni los reinos de este
mundo. Prefiero morir en Cristo Jesús que reinar en los confines de la
tierra. Todo mi deseo y mi voluntad están puestos en aquel que por
nosotros murió y resucitó. Se acerca ya el momento de mi nacimiento
a la vida nueva. Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida, no
queráis que muera; si lo que yo anhelo es pertenecer a Dios, no me
entreguéis al mundo ni me seduzcáis con las cosas materiales; dejad
que pueda contemplar la luz pura; entonces seré hombre en pleno
sentido. Permitid que imite la pasión de mi Dios. El que tenga a Dios
en sí entenderá lo que quiero decir y se compadecerá de mí, sabiendo
cuál es el deseo que me apremia.
El príncipe de este mundo me quiere arrebatar y pretende arruinar
mi deseo que tiende hacia Dios. Que nadie de vosotros, los aquí
presentes, lo ayude; poneos más bien de mi parte, esto es, de parte
de Dios. No queráis a un mismo tiempo tener a Jesucristo en la boca
y los deseos mundanos en el corazón. Que no habite la envidia entre
vosotros. Ni me hagáis caso si, cuando esté aquí, os suplicare en
sentido contrario; haced más bien caso de lo que ahora os escribo.
Porque os escribo en vida, pero deseando morir. Mi amor está crucificado y ya no queda en mí
el fuego de los deseos terrenos; únicamente siento en mi interior la voz de una agua viva que me
habla y me dice: «Ven al Padre». No encuentro ya deleite en el alimento
material ni en los placeres de este mundo. Lo que deseo es el pan de
Dios, que es la carne de Jesucristo, de la descendencia de David, y la
bebida de su sangre, que es la caridad incorruptible.
No quiero ya vivir más la vida terrena. Y este deseo será realidad si
vosotros lo queréis. Os pido que lo queráis, y así vosotros hallaréis
también benevolencia. En dos palabras resumo mi súplica: hacedme
caso. Jesucristo os hará ver que digo la verdad, él, que es la boca que
no engaña, por la que el Padre ha hablado verdaderamente. Rogad
por mí, para que llegue a la meta. Os he escrito no con criterios
humanos, sino conforme a la mente de Dios. Si sufro el martirio, es
señal de que me queréis bien; de lo contrario, es que me habéis aborrecido
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