II domingo de Cuaresma
San León
Magno Sermón 51,3-4.8
El Señor puso de manifiesto su gloria ante los
testigos que había elegido e hizo resplandecer de tal manera aquel cuerpo suyo
semejante al de todos los hombres, que su rostro se volvió semejante a la
claridad del sol y sus vestiduras aparecieron blancas como la nieve. En aquella
transfiguración se trataba sobre todo de alejar de los corazones de los
discípulos el escándalo de la cruz, y evitar así que la humillación de la
pasión voluntaria conturbara la fe de aquellos a quienes se había revelado la
excelencia de la dignidad escondida. Pero con no menor providencia se estaba
fundamentando la esperanza de la Iglesia santa, ya que el cuerpo de Cristo en
su totalidad podría comprender cuál habría de ser su transformación, y sus
miembros podrían contar con la promesa de su participación en aquel honor que
brillaba de antemano en la cabeza. A propósito de lo cual había dicho el mismo
Señor, al hablar de la majestad de su venida: Entonces los justos brillarán
como el sol en el reino de mi Padre.
REFLEXIÓN
El mundo no quiere paliativos a su sufrimiento.
Quiere sanación. Una sanación radical, positiva, evidenciable, donde ya no haga
falta más pruebas, insistencia, argumentos. El mundo quiere dejar de ser
contingente. Por eso las intenciones pedagógicas que nos ofrece la Palabra en
su narración sobre la Transfiguración, no logran hacer mella en la coraza de
decepción, amargura, depresión y abandono en el que ha caído, por las
frustraciones de salvación, sanación, éxito y logro acumuladas durante siglos.
No hay terapia que haya logrado desterrar esta postración, desconsuelo y
desolación.
Cosa que
el mismo apóstol Pablo corroboró, diciendo: Considero que los trabajos de ahora
no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá; y de nuevo: Estáis
muertos y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca
Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis juntamente con él
en gloria.
REFLEXIÓN
De manera que habrá que seguir escrutando, como
Diógenes el de la lámpara, a ver si encontramos el testigo idóneo, el Superman
cuyo testimonio nos evidencia que el mundo está salvado, que todo está bien,
que habrá final feliz.
Pero en
aquel milagro hubo también otra lección para confirmación y completo
conocimiento de los apóstoles. Pues con el Señor aparecieron en conversación
Moisés y Elías, por tanto la ley y los profetas: para que se cumplieran con
toda verdad en presencia de aquellos cinco hombres lo que está escrito: Toda
palabra debe apoyarse en dos o tres testigos.
REFLEXIÓN
El mundo no tiene sensibilidad suficiente para
testigos perdidos en la bruma de la historia, donde todo suena a fábula, a
mito, a fantasía, a proyección de insatisfacciones compensadas.
¿Y pudo
haber una palabra más firmemente establecida que ésta, en cuyo anunció resuena
la trompeta de ambos Testamentos, y los instrumentos de las antiguas
afirmaciones concurren con la doctrina evangélica? Las páginas de los dos
Testamentos se apoyaban entre sí; y el esplendor de la actual gloria ponía de
manifiesto y a plena luz al que los anteriores signos habían prometido bajo el
velo de sus misterios: porque como dice San Juan, la ley se dio por medio de
Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo, en quien se
cumplieron a la vez la promesa de las figuras proféticas y la razón de los
preceptos legales, ya que con su presencia atestiguó la verdad de las profecías
y con su gracia otorgó a los mandamientos la posibilidad de su cumplimiento.
REFLEXIÓN
El mundo no entiende que los testamentos de la
Palabra signifiquen buena nueva, precisamente por su halo de mentira piadosa,
incierta, y sin mayores evidencias hoy. Se asemeja al reclamo que se le hizo a
Jesús en la cruz, si es que fue histórico, "si eres Hijo de Dios, bájate
de la cruz y sálvate a ti mismo". Y como no lo hizo, se convirtió en
paradigma de la increencia del mundo actual. Qué fraude un Hijo de Dios que no
se salva a sí mismo. Un Padre que deja abandonado a su propio hijo y no
responde.
Que la
predicación del santo Evangelio sirva, por tanto, para la confirmación de la fe
de todos, y que nadie se avergüence de la cruz de Cristo, gracias a la cual
quedó redimido. Que nadie tema tampoco sufrir por la justicia, ni desconfíe del
cumplimiento de las promesas, porque por el trabajo se va al descanso, y por la
muerte se pasa a la vida, pues el Señor echó sobre sí toda la debilidad de
nuestra condición y si nos mantenemos en su amor, venceremos lo que él venció,
y recibiremos lo que prometió. En efecto, ya se trate de cumplir los
mandamientos o de tolerar las adversidades, nunca debe dejar de resonar en
nuestros oídos la palabra pronunciada por el Padre: Éste es mi Hijo, el amado,
mi predilecto; escuchadle.
REFLEXIÓN
Nada ha cambiado. Sólo gente que no es del mundo pero vive en él, que haya asumido con fe el evangelio de la buena nueva, podría …podría ayudar a sanar, a curar, a salvar.
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