DOCTORES DE LA IGLESIA
JUEVES, XXXIV SEMANA
De la homilía de un autor del siglo II
(Caps 18,1—20,5 Funk 1, 167-171)
Practiquemos el bien, para que al fin nos salvemos
Seamos también nosotros de los que alaban y sirven a Dios, y no de los
impíos, que serán condenados en el juicio. Yo mismo, a pesar de que soy un
gran pecador y de que no he logrado todavía superar la tentación ni las insidias
del diablo, me esfuerzo en practicar el bien y, por temor al juicio futuro, trato al
menos de irme acercando a la perfección.
Por esto, hermanos y hermanas, después de haber escuchado la palabra del
Dios de verdad, os leo esta exhortación, para que, atendiendo a lo que está
escrito, nos salvemos todos, tanto vosotros como el que lee entre vosotros; os
pido por favor que os arrepintáis de todo corazón, con lo que obtendréis la
salvación y la vida. Obrando así, serviremos de modelo a todos aquellos jóvenes
que quieren consagrarse a la bondad y al amor de Dios. No tomemos a mal ni
nos enfademos tontamente cuando alguien nos corrija con el fin de retornarnos
al buen camino, porque a veces obramos el mal sin darnos cuenta, por nuestra
doblez de alma y por la incredulidad que hay en nuestro interior, y porque
tenemos sumergido el pensamiento en las tinieblas a causa de nuestras malas
tendencias.
Practiquemos, pues, el bien, para que al fin nos salvemos. Dichosos los que
obedecen estos preceptos; aunque por un poco de tiempo hayan de sufrir en este
mundo, cosecharán el fruto de la resurrección incorruptible. Por esto, no ha de
entristecerse el justo si en el tiempo presente sufre contrariedades: le aguarda
un tiempo feliz; volverá a la vida junto con sus antecesores y gozará de una
felicidad sin fin y sin mezcla de tristeza.
Tampoco ha de hacernos vacilar el ver que los malos se enriquecen, mientras
los siervos de Dios viven en la estrechez. Confiemos, hermanos y hermanas:
sostenemos el combate del Dios vivo y lo ejercitamos en esta vida presente, con
miras a obtener la corona en la vida futura. Ningún justo consigue en seguida la
paga de sus esfuerzos, sino que tiene que esperarla pacientemente. Si Dios
premiase en seguida a los justos, la piedad se convertiría en un negocio;
daríamos la impresión de que queremos ser justos por amor al lucro y no por
amor a la piedad. Por esto, los juicios divinos a veces nos hacen dudar y
entorpecen nuestro espíritu, porque no vemos aún las cosas con claridad.
Al solo Dios invisible, Padre de la verdad, que nos ha enviado al Salvador y
Autor de nuestra incorruptibilidad, por el cual nos ha dado también a conocer la
verdad y la vida celestial, a él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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