jueves, 28 de noviembre de 2024

SAN CARLO DE JESÚS ACUTIS DE ASIS

DOCTORES DE LA IGLESIA

 


JUEVES, XXXIV SEMANA

De la homilía de un autor del siglo II
(Caps 18,1—20,5 Funk 1, 167-171)
Practiquemos el bien, para que al fin nos salvemos


Seamos también nosotros de los que alaban y sirven a Dios, y no de los

impíos, que serán condenados en el juicio. Yo mismo, a pesar de que soy un

gran pecador y de que no he logrado todavía superar la tentación ni las insidias

del diablo, me esfuerzo en practicar el bien y, por temor al juicio futuro, trato al

menos de irme acercando a la perfección.

Por esto, hermanos y hermanas, después de haber escuchado la palabra del

Dios de verdad, os leo esta exhortación, para que, atendiendo a lo que está

escrito, nos salvemos todos, tanto vosotros como el que lee entre vosotros; os

pido por favor que os arrepintáis de todo corazón, con lo que obtendréis la

salvación y la vida. Obrando así, serviremos de modelo a todos aquellos jóvenes

que quieren consagrarse a la bondad y al amor de Dios. No tomemos a mal ni

nos enfademos tontamente cuando alguien nos corrija con el fin de retornarnos

al buen camino, porque a veces obramos el mal sin darnos cuenta, por nuestra

doblez de alma y por la incredulidad que hay en nuestro interior, y porque

tenemos sumergido el pensamiento en las tinieblas a causa de nuestras malas

tendencias.

Practiquemos, pues, el bien, para que al fin nos salvemos. Dichosos los que

obedecen estos preceptos; aunque por un poco de tiempo hayan de sufrir en este

mundo, cosecharán el fruto de la resurrección incorruptible. Por esto, no ha de

entristecerse el justo si en el tiempo presente sufre contrariedades: le aguarda

un tiempo feliz; volverá a la vida junto con sus antecesores y gozará de una

felicidad sin fin y sin mezcla de tristeza.

Tampoco ha de hacernos vacilar el ver que los malos se enriquecen, mientras

los siervos de Dios viven en la estrechez. Confiemos, hermanos y hermanas:

sostenemos el combate del Dios vivo y lo ejercitamos en esta vida presente, con

miras a obtener la corona en la vida futura. Ningún justo consigue en seguida la

paga de sus esfuerzos, sino que tiene que esperarla pacientemente. Si Dios

premiase en seguida a los justos, la piedad se convertiría en un negocio;

daríamos la impresión de que queremos ser justos por amor al lucro y no por

amor a la piedad. Por esto, los juicios divinos a veces nos hacen dudar y

entorpecen nuestro espíritu, porque no vemos aún las cosas con claridad.

Al solo Dios invisible, Padre de la verdad, que nos ha enviado al Salvador y

Autor de nuestra incorruptibilidad, por el cual nos ha dado también a conocer la

verdad y la vida celestial, a él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


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