BEATO CARLO
De la homilía de un autor del siglo II
(Caps 15, 1-17, 2: Funk 1, 161-167)
Convirtámonos a Dios, que nos llama
Creo que vale la pena tener en cuenta el consejo que os he dado acerca de la
continencia; el que lo siga no se arrepentirá, sino que se salvará a sí mismo por
haberlo seguido y me salvará a mí por habérselo dado. No es pequeño el premio
reservado al que hace volver al buen camino a un alma descarriada y perdida. La mejor muestra de agradecimiento que podemos tributar a Dios, que nos ha
creado, consiste en que tanto el que habla como el que escucha lo hagan con fe y
con caridad.
Mantengámonos firmes en nuestra fe, justos y santos, para que así podamos
confiadamente rogar a Dios, pues él nos asegura: Clamarás al Señor, y te
responderá: «Aquí estoy». Estas palabras incluyen una gran promesa, pues nos
demuestran que el Señor está más dispuesto a dar que nosotros a pedir. Ya que
nos beneficiamos todos de una benignidad tan grande, no nos envidiemos unos
a otros por los bienes recibidos. Estas palabras son motivo de alegría para los
que las cumplen, de condenación para los que las rechazan.
Así, pues, hermanos, ya que se nos ofrece esta magnífica ocasión de
arrepentirnos, mientras aún es tiempo convirtámonos a Dios, que nos llama y
se muestra dispuesto a acogernos. Si renunciamos a los placeres terrenales y
dominamos nuestras tendencias pecaminosas, nos beneficiaremos de la
misericordia de Jesús. Daos cuenta que llega el día del juicio, ardiente como
un horno, cuando el cielo se derretirá y toda la tierra se licuará como el plomo
en el fuego, y entonces se pondrán al descubierto nuestras obras, aun las más
ocultas. Buena cosa es la limosna como penitencia del pecado; mejor el ayuno
que la oración, pero mejor que ambos la limosna; el amor cubre la multitud
de los pecados, pero la oración que sale de un corazón recto libra de la
muerte. Dichoso el que sea hallado perfecto en estas cosas, porque la limosna
atenúa los efectos del pecado.
Arrepintámonos de todo corazón, para que no se pierda ninguno de
nosotros. Si hemos recibido el encargo de apartar a los idólatras de sus errores,
¡cuánto más debemos procurar no perdernos nosotros que ya conocemos a
Dios! Ayudémonos, pues, unos a otros en el camino del bien, sin olvidar a los
más débiles, y exhortémonos mutuamente a la conversión.
De la homilía de un autor del siglo II
(Caps 15, 1-17, 2: Funk 1, 161-167)
Convirtámonos a Dios, que nos llama
Creo que vale la pena tener en cuenta el consejo que os he dado acerca de la
continencia; el que lo siga no se arrepentirá, sino que se salvará a sí mismo por
haberlo seguido y me salvará a mí por habérselo dado. No es pequeño el premio
reservado al que hace volver al buen camino a un alma descarriada y perdida. La mejor muestra de agradecimiento que podemos tributar a Dios, que nos ha
creado, consiste en que tanto el que habla como el que escucha lo hagan con fe y
con caridad.
Mantengámonos firmes en nuestra fe, justos y santos, para que así podamos
confiadamente rogar a Dios, pues él nos asegura: Clamarás al Señor, y te
responderá: «Aquí estoy». Estas palabras incluyen una gran promesa, pues nos
demuestran que el Señor está más dispuesto a dar que nosotros a pedir. Ya que
nos beneficiamos todos de una benignidad tan grande, no nos envidiemos unos
a otros por los bienes recibidos. Estas palabras son motivo de alegría para los
que las cumplen, de condenación para los que las rechazan.
Así, pues, hermanos, ya que se nos ofrece esta magnífica ocasión de
arrepentirnos, mientras aún es tiempo convirtámonos a Dios, que nos llama y
se muestra dispuesto a acogernos. Si renunciamos a los placeres terrenales y
dominamos nuestras tendencias pecaminosas, nos beneficiaremos de la
misericordia de Jesús. Daos cuenta que llega el día del juicio, ardiente como
un horno, cuando el cielo se derretirá y toda la tierra se licuará como el plomo
en el fuego, y entonces se pondrán al descubierto nuestras obras, aun las más
ocultas. Buena cosa es la limosna como penitencia del pecado; mejor el ayuno
que la oración, pero mejor que ambos la limosna; el amor cubre la multitud
de los pecados, pero la oración que sale de un corazón recto libra de la
muerte. Dichoso el que sea hallado perfecto en estas cosas, porque la limosna
atenúa los efectos del pecado.
Arrepintámonos de todo corazón, para que no se pierda ninguno de
nosotros. Si hemos recibido el encargo de apartar a los idólatras de sus errores,
¡cuánto más debemos procurar no perdernos nosotros que ya conocemos a
Dios! Ayudémonos, pues, unos a otros en el camino del bien, sin olvidar a los
más débiles, y exhortémonos mutuamente a la conversión.
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