Miércoles,
XX
San Agustín Sermón Caillau Saint-Yves 2,
92
Todas las aflicciones y tribulaciones
que nos sobrevienen pueden servirnos de advertencia y corrección a la vez. Pues
nuestras mismas sagradas Escrituras no nos garantizan la paz, la seguridad y el
descanso. Al contrario, el Evangelio nos habla de tribulaciones, apuros y
escándalos; pero el que persevere hasta el final se salvará. Pues, ¿qué bienes
ha tenido esta nuestra vida, ya desde el primer hombre, que nos mereció la
muerte y la maldición, de la que sólo Cristo, nuestro Señor, pudo librarnos? No
protestéis, pues, queridos hermanos, como protestaron algunos de ellos –son
palabras del Apóstol–, y perecieron víctimas de las serpientes. ¿O es que ahora
tenemos que sufrir desgracias tan extraordinarias que no las han sufrido, ni
parecidas, nuestros antepasados? ¿O no nos damos cuenta, al sufrirlas, de que
se diferencian muy poco de las suyas? Es verdad que encuentras hombres que
protestan de los tiempos actuales y dicen que fueron mejores los de nuestros
antepasados; pero esos mismos, si se les pudiera situar en los tiempos que
añoran, también entonces protestarían. En realidad juzgas que esos tiempos
pasados son buenos, porque no son los tuyos. Una vez que has sido rescatado de
la maldición, y has creído en Cristo, y estás empapado en las sagradas
Escrituras, o por lo menos tienes algún conocimiento de ellas, creo que no
tienes motivo para decir que fueron buenos los tiempos de Adán. También tus
padres tuvieron que sufrir las consecuencias de Adán. Porque Adán es aquel a
quien se dijo: Con sudor de tu frente comerás el pan, y labrarás la tierra, de
donde te sacaron; brotará para ti cardos y espinas. Éste es el merecido castigo
que el justo juicio de Dios le fulminó. ¿Por qué, pues, has de pensar que
cualquier tiempo pasado fue mejor que los actuales? Desde el primer Adán hasta
el Adán de hoy, ésta es la perspectiva humana: trabajo y sudor, espinas y
cardos. ¿Se ha desencadenado sobre nosotros algún diluvio? ¿Hemos tenido
aquellos difíciles tiempos de hambre y de guerras? Precisamente nos los refiere
la historia para que nos abstengamos de protestar contra Dios en los tiempos
actuales. ¡Qué tiempos tan terribles fueron aquéllos! ¿No nos hace temblar el
solo hecho de escucharlos o leerlos? Así es que tenemos más motivos para
alegrarnos de vivir en este tiempo que para quejarnos de él.
Las protestas
no deben ser reprimidas, sino encauzadas para que lleguen a algún fin
provechoso al bien común. Una forma de encauzar es refiriéndolas a la tradición
para que disminuya el narcisismo y el victimismo, por el cual parece que todo
tiempo fue mejor, y que los problemas
actuales son desproporcionadamente mayores. La memoria histórica no sólo ayuda
a prevenir, sino a mantenerse en la debida proporción, para no incurrir en
peores daños para todos.
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