Martes, XXI semana
San Juan Crisóstomo Homilía 2 sobre el diablo tentador 6
¿Queréis que os recuerde los diversos
caminos de penitencia? Hay ciertamente muchos, distintos y diferentes, y todos
ellos conducen al cielo. El primer camino de penitencia consiste en la
acusación de los pecados: Confiesa primero tus pecados, y serás justificado.
Por eso dice el salmista: Propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú
perdonaste mi culpa y mi pecado. Condena, pues, tú mismo, aquello en lo que
pecaste, y esta confesión te obtendrá el perdón ante el Señor, pues, quien
condena aquello en lo que faltó, con más dificultad volverá a cometerlo; haz
que tu conciencia esté siempre despierta y sea como tu acusador doméstico, y
así no tendrás quien te acuse ante el tribunal de Dios.
REFLEXIÓN
Porque vivimos un trance
moral aupado por una ética rebelde. Ésta debía ajustar aquella al tiempo
presente, pero se ha vuelto flexible para gustar todos, y no para exigir firmeza y lealtad al
valor comprometido.
Éste es un primer y óptimo camino de
penitencia; hay también otro, no inferior al primero, que consiste en perdonar
las ofensas que hemos recibido de nuestros enemigos, de tal forma que, poniendo
a raya nuestra ira, olvidemos las faltas de nuestros hermanos; obrando así,
obtendremos que Dios perdone aquellas deudas que ante él hemos contraído; he
aquí, pues, un segundo modo de expiar nuestras culpas. Porque si perdonáis a
los demás sus culpas –dice el Señor–, también vuestro Padre del cielo os
perdonará a vosotros.
REFLEXIÓN
El creyente purifica su
amor hacia sí y los demás si se somete voluntariamente a la criba de la vida diaria
que trae constantemente sinsabores, incomprensiones, malos entendidos,
animosidades, maledicencia, calumnias y demás. Y va emergiendo de todo a través
del perdón.
REFLEXIÓN
¿Quieres conocer un tercer camino de
penitencia? Lo tienes en la oración ferviente y continuada, que brota de lo
íntimo del corazón.
Ninguna oración ensayada y
ritualizada es por sí misma una varita mágica que actúa la transformación del
corazón, si éste no abre su profundidad al Misterio del Espíritu del Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo, y a la mediación sabia y tenaz de María de Nazareth.
Si deseas que te hable aún de un cuarto
camino, te diré que lo tienes en la limosna: ella posee una grande y
extraordinaria virtualidad. También, si eres humilde y obras con modestia, en
este proceder encontrarás, no menos que en cuanto hemos dicho hasta aquí, un
modo de destruir el pecado: De ello tienes un ejemplo en aquel publicano, que,
si bien no pudo recordar ante Dios su buena conducta, en lugar de buenas obras
presentó su humildad y se vio descargado del gran peso de sus muchos pecados.
REFLEXIÓN
La limosna que se da con
una mano que no sabe lo de la otra, con generosidad, lejos del cálculo que
brota de la impaciencia, del menosprecio, del juicio injusto que se hace sobre
quien requiere la ayuda.
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