domingo, 26 de septiembre de 2021

BEATO CARLO

 
La fe de un pequeño Carlo se hizo por gracia de Dios desde pequeña hasta grande como un monte
Comienza la carta de san Policarpo, obispo y mártir, a los Filipenses
(Caps. 1,1-2, 3: Funk l, 267-269)

ESTÁIS SALVADOS POR GRACIA

Policarpo y los presbíteros que están con él a la Iglesia de Dios que vive como forastera
en Filipos: Que la misericordia y la paz, de parte de Dios todopoderoso y de Jesucristo,
nuestro salvador, os sean dadas con toda plenitud.
Sobremanera me he alegrado con vosotros, en nuestro Señor Jesucristo, al enterarme
de que recibisteis a quienes son imágenes vivientes de la verdadera caridad y que
asististeis, como era conveniente, a quienes estaban cargados de cadenas dignas de los
santos, verdaderas diademas de quienes han sido escogidos por nuestro Dios y Señor. Me
he alegrado también al ver cómo la raíz vigorosa de vuestra fe, celebrada desde tiempos
antiguos, persevera hasta el día de hoy y produce abundantes frutos en nuestro Señor
Jesucristo, quien, por nuestros pecados, quiso salir al encuentro de la muerte y Dios lo
resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte. No lo veis, y creéis en él con un gozo
inefable y transfigurado, gozo que muchos desean alcanzar, sabiendo como saben que
estáis salvados por su gracia, y no se debe a las obras, sino a la voluntad de Dios en
Cristo Jesús.
Por eso, estad interiormente preparados y servid al Señor con temor y con verdad,
abandonando la vana palabrería y los errores del vulgo y creyendo en aquel que resucitó a
nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos y le dio gloria, colocándolo a su derecha; a
él le fueron sometidas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, y a él obedecen
todos cuantos tienen vida, pues él ha de venir como juez de vivos y muertos, y Dios
pedirá cuenta de su sangre a quienes no quieren creer en él.
Aquel que lo resucitó de entre los muertos nos resucitará también a nosotros, si
cumplimos su voluntad y caminamos según sus mandatos, amando lo que él amó y
absteniéndonos de toda injusticia, de todo fraude, del amor al dinero, de la maldición y de
los falsos testimonios no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, ni golpe por
golpe, ni maldición por maldición, sino recordando más bien aquellas palabras del Señor,
que nos enseña: No juzguéis, y no os juzgarán; perdonad, y seréis perdonados;
compadeced, y seréis compadecidos. La medida que uséis la usarán con vosotros. Y:
Dichosos los pobres y los perseguidos, porque de ellos es el reino de Dios.

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