sábado, 3 de septiembre de 2022

DOCTORES DE LA IGLESIA

 


Sábado, XXII

San León Magno Sermón sobre las bienaventuranzas 95,4-6

Después de hablar de la pobreza, que tanta felicidad proporciona, siguió el Señor diciendo: Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Queridísimos hermanos, el llanto al que está vinculado un consuelo eterno es distinto de la aflicción de este mundo. Los lamentos que se escuchan en este mundo no hacen dichoso a nadie. Es muy distinta la razón de ser de los gemidos de los santos, la causa que produce lágrimas dichosas. La santa tristeza deplora el pecado, el ajeno y el propio. Y la amargura no es motivada por la manera de actuar de la justicia divina, sino por la maldad humana. Y, en este sentido, más hay que deplorar la actitud del que obra mal que la situación del que tiene que sufrir por causa del malvado, porque al injusto su malicia le hunde en el castigo, en cambio, al justo su paciencia lo lleva a la gloria. Sigue el Señor: Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Se promete la posesión de la tierra a los sufridos y mansos, a los humildes y sencillos y a los que están dispuestos a tolerar toda clase de injusticias.

REFLEXIÓN

Parece deslealtad consigo y los demás no reconocer que llanto y sufrimiento tienen que ver con males presentes en nuestro mundo actual. Parece evasión y ensueños negarlo, incluso no es señal de realismo y pies en la tierra. Para ser bendiciones felices hay que quitarle el automatismo de un silogismo o la conclusión mágica que así debe ser porque fue dicho. Se trata como todo en el anuncio evangélico de un don: el de atravesar felizmente benditos el llanto y la aflicción que nos acompañan en este mundo, y este don nos vacuna contra la desesperación con a esperanza de que un régimen alterno y trascendente excederá tan difícil y problemática existencia en esta realidad.

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