San Agustín Sermón Güelferbitano 3
La pasión
de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es una prenda de gloria y una enseñanza
de paciencia. Pues, ¿qué dejará de esperar de la gracia de Dios el corazón de
los fieles, si por ellos, el Hijo único de Dios, coeterno con el Padre, no se
contentó con nacer como un hombre entre los hombres, sino que quiso Incluso
morir por mano de aquellos hombres que él mismo había creado? Grande es lo que
el Señor nos promete para el futuro, pero es mucho mayor aún aquello que celebramos
recordando lo que ya ha hecho por nosotros. ¿Dónde estaban o quiénes eran,
aquellos impíos por los que murió Cristo ? ¿Quién dudará que a los santos pueda
dejar de darles su vida, si él mismo entregó su muerte a los impíos? ¿Por qué
vacila todavía la fragilidad humana en creer que un día será realidad el que
los hombres vivan con Dios? Lo que ya se ha realizado es mucho más increíble:
Dios ha muerto por los hombres. Porque ¿quién es Cristo, sino aquel de quien
dice la Escritura: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba
junto a Dios, y la Palabra era Dios?
REFLEXIÓN
El viejo deseo humano, ser como dioses, ha sido
colmado con la realidad de Dios en Jesús hecho hombre. Si dudamos en la fe es
por fragilidad, porque no cabe en nosotros aún tamaña realidad. No tenemos que
salir, ni alienarnos de la condición humana, porque Él llegó a ser la nuestra.
Vino a mejorar nuestra condición, para no abandonarla nunca.
Esta
Palabra de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros. El no poseería lo que
era necesario para morir por nosotros si no hubiera tomado de nosotros una
carne mortal. Así el inmortal pudo morir, Así pudo dar su vida a los mortales:
y hará que más tarde tengan parte en su vida aquellos de cuya condición él
primero se había hecho participe. Pues nosotros, por nuestra naturaleza, no
teníamos posibilidad de vivir, ni él por la suya, posibilidad de morir. Él
hizo, pues, con nosotros este admirable intercambio, tomó de nuestra naturaleza
la condición mortal y nos dio de la suya la posibilidad de vivir. Por tanto, no
sólo no debemos avergonzarnos de la muerte de nuestro Dios y Señor, sino que
hemos de confiar en ella con todas nuestras fuerzas y gloriarnos en ella por
encima de todo: pues al tomar de nosotros la muerte, que en nosotros encontró,
nos prometió con toda su fidelidad que nos daría en si mismo la vida que
nosotros no podemos llegar a poseer por nosotros mismos.
REFLEXIÓN
Estamos en un comercio novedoso, y cuya ganancia es
otra. Jesús desde Dios nos da vida asume nuestra mortalidad, destruyendo la muerte.
Se opera un cambio regenerador, porque
recibe de nosotros chatarra, para devolvernos novedad. Cómo íbamos a pensar que
la Vida anhelada sería concedida en la muerte aborrecida?
Y si
aquel que no tiene pecado nos amó hasta tal punto que por nosotros, pecadores,
sufrió lo que habían merecido nuestros pecados, ¿cómo después de habernos
justificado, dejará de darnos lo que es justo? Él, que promete con verdad,
¿cómo no va a darnos los premios de los santos, si soportó, sin cometer
iniquidad, el castigo que los inicuos le infligieron?
REFLEXIÓN
Como en todo desfallecemos por falta de
credibilidad, porque nos prometen pero no cumplen, desde la cuna hasta la
tumba. La incredibilidad mina toda la relación humana intersubjetiva, social y
aun la autoimagen personal. Nos aferramos a no dejarnos engañar más, en la
amargura del último engaño, antes que volver a tener ilusión.
Confesemos,
por tanto, intrépidamente, hermanos, y declaremos bien a las claras que Cristo
fue crucificado por nosotros: y hagámoslo no con miedo, sino con júbilo, no con
vergüenza, sino con orgullo. El apóstol Pablo, que cayó en la cuenta de este
misterio, lo proclamó como un título de gloria. Y siendo así que podía recordar
muchos aspectos grandiosos y divinos de Cristo, no dijo que se gloriaba de estas
maravillas –que hubiese creado el mundo, cuando, como Dios que era, se hallaba
junto al Padre, y que hubiese imperado sobre el mundo, cuando era hombre como
nosotros–, sino que dijo: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de
nuestro Señor Jesucristo.
REFLEXIÓN
Gloriarse en la cruz, la verdad de Dios por su hijo
Jesús. Porque Jesús al entregarse y morir sin echarse atrás convalidó las
buenas intenciones de Dios y nos lo dio
como Padre fiel.
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