sábado, 28 de septiembre de 2024

DOCTORES DE LA IGLESIA




De los sermones de San Bernardo de Claraval
(Sermón 5, 2-3.6 en la fiesta de Todos los Santos : Opera omnia, Edit. Cister. t. 5, 1968,
362-363.365)
Apresurémonos al encuentro de los que nos esperan


Otro tipo de santidad que, a lo que creo, ha de ser honrado de modo especial

es el de los que vienen de la gran tribulación y han blanqueado sus mantos en

la sangre del Cordero: éstos, después de numerosos combates, triunfan ya

coronados en el cielo, por haber competido según el reglamento. 

¿Existe todavía un tercer género de santos? 

Sí, pero oculto. Porque hay santos que todavía militan, que todavía luchan; aún corren, sin haber logrado todavía el premio.

Quizá alguien me tache de temerario al llamar santos a estos tales; y sin

embargo yo conozco a uno de éstos que no se avergonzó de decir a Dios: Protege

mi vida, porque soy santo. Así también el Apóstol: confidente de los secretos

divinos, dice más claramente: Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve

para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio para ser santos. He

aquí la diversidad de nombres con que es denominada la santidad: unos son

llamados santos porque han conseguido ya la perfección de la santidad; a otros,

en cambio, se les llama santos por la sola predestinación a la santidad.

Una santidad de este tipo sólo Dios la conoce; está oculta, y ocultamente en

cierto modo es celebrada. A decir verdad, el hombre no sabe si Dios lo ama o lo

odia, y todo lo que el hombre tiene por delante resulta incierto. Celebremos,

pues, a estos santos en el corazón de Dios, porque el Señor conoce a los suyos y

sabe muy bien a quiénes eligió desde el principio. Celebrémosles también ante

aquellos espíritus en servicio activo, que se envían en ayuda de los que han de

heredar la salvación; pues a nosotros se nos prohíbe alabar a un hombre

mientras vive. Y ¿cómo podría ser segura la alabanza, cuando ni la misma vida

es segura? El atleta no recibe el premio si no compite conforme al reglamento,

dice aquella celestial trompeta. Y escucha ahora las condiciones de la

competición de boca del mismo Legislador: El que persevere hasta el final se

salvará. No sabes quién va a perseverar, desconoces quién competirá conforme

al reglamento, ignoras quién conseguirá la corona.

Alaba la virtud de aquellos cuya victoria es ya segura; ensalza con devotos

cánticos a aquellos de cuyas coronas puedes con seguridad congratularte. Su

recuerdo, cual otras tantas chispas, mejor dicho, como ardentísimas antorchas,

enciende en las almas fervorosas un vivísimo deseo de verlos y abrazarlos.

Nos espera aquella asamblea de los primogénitos y nos despreocupamos de

ella; nos desean los santos y no les hacemos ni caso; los justos nos esperan y

nosotros conscientemente los ignoramos. Despertémonos, hermanos, de una

vez; resucitemos con Cristo, busquemos los bienes de arriba, aspiremos a los

bienes de arriba. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos al encuentro

de los que nos esperan, anticipémonos con el deseo del alma a los que nos

esperan.

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