San Agustín Sermón sobre los pastores
46,29-30
Cristo apacienta a sus ovejas
debidamente, discierne a las que son suyas de las que no lo son. Mis ovejas
escuchan mi voz –dice– y me siguen. En estas palabras descubro que todos los
buenos pastores se identifican con este único pastor. No es que falten buenos
pastores, pero todos son como los miembros del único pastor. Si hubiera muchos
pastores, habría división, y, porque aquí se recomienda la unidad, se habla de
un único pastor. Si se silencian los diversos pastores y se habla de un único
pastor, no es porque el Señor no encontrara a quien encomendar el cuidado de
sus ovejas, pues cuando encontró a Pedro las puso bajo su cuidado. Pero incluso
en el mismo Pedro el Señor recomendó la unidad. Eran muchos los apóstoles, pero
sólo a Pedro se le dice: Apacienta mis ovejas. Dios no quiera que falten nunca
buenos pastores, Dios no quiera que lleguemos a vernos faltos de ellos; ojalá
no deje el Señor de suscitarlos y consagrarlos. Ciertamente que, si existen
buenas ovejas, habrá también buenos pastores, pues de entre las buenas ovejas
salen los buenos pastores. Pero hay que decir que todos los buenos pastores
son, en realidad, como miembros del único pastor y forman una sola cosa con él.
Cuando ellos apacientan, es Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo no
pretenden hacer oír su propia voz, sino que se complacen en que se oiga la voz
del esposo. Por esto, cuando ellos apacientan, es el Señor quien apacienta;
aquel Señor que puede decir por esta razón: «Yo mismo apaciento», porque la voz
y la caridad de los pastores son la voz y la caridad del mismo Señor. Ésta es
la razón por la que quiso que también Pedro, a quien encomendó sus propias
ovejas como a un semejante, fuera una sola cosa con él: así pudo entregarle el
cuidado de su propio rebaño, siendo Cristo la cabeza y Pedro como el símbolo de
la Iglesia que es su cuerpo; de esta manera, fueron dos en una sola carne, a
semejanza de lo que son el esposo y la esposa.
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