BEATO CARLOLa juventud a la luz de la vida de Carlo tiene muchos apuntes para tomar
y decisiones que revisar
Comienza la carta de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, a los Magnesios
(Caps. 1,1-5, 2: Funk 1,191-195)
ES NECESARIO NO SÓLO LLAMARSE CRISTIANOS, SINO SERLO EN REALIDAD
Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la Iglesia de Magnesia
del Meandro, a la bendecida en la gracia de Dios Padre por Jesucristo, nuestro Salvador:
mi saludo en él y mis votos por su más grande alegría en Dios Padre y en Jesucristo.
Después de enterarme del orden perfecto de vuestra caridad según Dios, me he
determinado, con regocijo mío, a tener en la fe en Jesucristo esta conversación con
vosotros. Habiéndose dignado el Señor honrarme con un nombre en extremo glorioso, voy
entonando en estas cadenas que llevo por doquier un himno de alabanza a las Iglesias, a
las que deseo la unión con la carne y el espíritu de Jesucristo, que es nuestra vida para
siempre, una unión en la fe y en la caridad, a la que nada puede preferirse, y la unión con
Jesús y con el Padre; en él resistimos y logramos escapar de toda malignidad del príncipe
de este mundo, y así alcanzaremos a Dios.
Tuve la suerte de veros a todos vosotros en la persona de Damas, vuestro obispo, digno
de Dios, y en la persona de vuestros dignos presbíteros Baso y Apolonio, así como del
diácono Soción, consiervo mío, de cuya compañía ojalá me fuera dado gozar, pues se
somete a su obispo como a la gracia de Dios, y al colegio de los presbíteros como a la ley
de Jesucristo.
Es necesario que no tengáis en menos la poca edad de vuestro obispo, sino que,
mirando en él el poder de Dios Padre, le tributéis toda reverencia. Así he sabido que
vuestros santos presbíteros no menosprecian su juvenil condición; que salta a la vista,
sino que, como prudentes en Dios, le son obedientes, o por mejor decir, no a él, sino al
Padre de Jesucristo, que es el obispo o supervisor de todos. Así pues, para honor de aquel
que nos ha amado es conveniente obedecer sin ningún género de fingimiento; porque no
es a este o a aquel obispo que vemos a quien se trataría de engañar, sino que el engaño
iría dirigido contra el obispo invisible; es decir, en este caso, ya no es contra un hombre
mortal, sino contra Dios, a quien aun lo escondido está patente.
Es pues necesario no sólo llamarse cristianos, sino serlo en realidad; pues hay algunos
que reconocen ciertamente al obispo su título de vigilante o supervisor, pero luego lo
hacen todo a sus espaldas. Los tales no me parece a mí que tengan buena conciencia,
pues no están firmemente reunidos con la grey, conforme al mandamiento.
Ahora bien, las cosas están tocando a su término, y se nos proponen juntamente estas
dos cosas: la muerte y la vida, y cada uno irá a su propio lugar. Es como si se tratara de
dos monedas, una de Dios y otra del mundo, que llevan cada una grabado su propio cuño:
los incrédulos el de este mundo, y los que han permanecido fieles por la caridad, el cuño
de Dios Padre, grabado por Jesucristo. Y si no estamos dispuestos a morir por él, para
imitar su pasión, tampoco tendremos su vida en nosotros.
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