martes, 19 de noviembre de 2024

BEATO CARLO



 Juan de Fécamp, Confesión teológica
(Parte 2, 3-4: Ed. J. Leclercq, 1946, 125-126)
Cristo, como buen pastor, intercede por nosotros, miserables


Te doy gracias por la encarnación y el nacimiento de tu Hijo, y por su

gloriosa Madre, mi Señora, por cuyo patrocinio confío ser grandemente

ayudado ante tu misericordia. Te doy gracias por la pasión y cruz de tu Hijo, por

su resurrección, por su ascensión al cielo y porque ahora se sienta con majestad

a tu derecha. Te doy gracias por toda su enseñanza y por sus obras, con cuyo

ejemplo somos educados e informados para llevar una vida santa e

irreprochable.

Te doy gracias por aquella sacratísima efusión de la preciosa sangre de tu

Hijo, por la cual fuimos redimidos, así como por el sacrosanto y vivificante

misterio de su cuerpo y de su sangre, con el que cada día somos, en tu Iglesia

santa, alimentados y santificados, al mismo tiempo que se nos hace partícipes

de la única y suma divinidad.

420Te doy gracias, Señor, Dios nuestro, por tu infinita misericordia, por tu gran

compasión con la que te dignaste venir en ayuda de nosotros, perdidos, por

medio de tu propio Hijo, nuestro Salvador y remunerador, que fue entregado

por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación, y ahora que vive

para siempre sentado a tu derecha, intercede por nosotros, miserables, como

buen pastor y verdadero sacerdote que comparte los sufrimientos con la grey

fiel, que él se adquirió al precio de su sangre. Comparte contigo la compasión

hacia nosotros, pues es Dios, engendrado por ti, coeterno y consustancial a ti en

todo: por eso puede salvarnos para siempre como Dios y como todopoderoso.

El ha sido nombrado por ti juez de vivos y muertos. Por tu parte, tú no

juzgas a nadie, sino que has confiado al Hijo el juicio de todos, en cuyo pecho

están encerrados todos los tesoros del saber y del conocer, a fin de que sea un

testigo y un juez perfectamente justo y verdadero, juez y testigo al que ninguna

conciencia pecadora pueda escapar.

Apenas si el justo se salvará en su tremendo examen: y yo, tan miserable que

he quebrantado prácticamente todos sus preceptos, ¿qué haré o qué responderé

cuando compareciere ante su tribunal? Por eso te ruego, Dios, Padre

clementísimo, por el mismo eterno juez, por el que es víctima de propiciación

por nuestros pecados, concédeme la contrición de corazón y el don de lágrimas,

para llorar incesantemente, día y noche, las heridas de mi alma, mientras

estamos en el tiempo de gracia, mientras es el día de la salvación, para que mi

redomada iniquidad y mis innumerables pecados, que ahora permanecen

ocultos, no aparezcan en el día aquel del tremendo examen en presencia de los

ángeles y los arcángeles, de los profetas y los apóstoles, de los santos y de todos

los justos. Misericordia, Dios mío, misericordia, tú que no te complaces en la

muerte del pecador, sino en que cambie de conducta y viva.


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