viernes, 22 de noviembre de 2024

SAN CARLO DE JESUS ACUTIS DE ASIS



 

De la homilía de un autor del siglo II
(Caps 3-4, 5; 7, 1-6: Funk 1, 149-152)
Confesemos a Dios con nuestras obras


Mirad cuán grande ha sido la misericordia del Señor para con nosotros: En

primer lugar, no ha permitido que quienes teníamos la vida sacrificáramos ni

adoráramos a dioses muertos, sino que quiso que, por Cristo, llegáramos al

conocimiento del Padre de la verdad. ¿Qué significa conocerlo a él sino el no

apostatar de aquel por quien lo hemos conocido? El mismo Cristo afirma: Si uno

se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre. Esta será nuestra recompensa si nos ponemos de parte de aquel que nos salvó. ¿Y cómo nos pondremos de su parte? Haciendo lo que nos dice y no

desobedeciendo nunca sus mandamientos; honrándolo no solamente con

nuestros labios, sino también con todo nuestro corazón y con toda nuestra mente.

Dice, en efecto, Isaías: Este pueblo me glorifica con los labios, mientras su

corazón está lejos de mí.

No nos contentemos, pues, con llamarlo Señor, pues esto solo no nos salvará.

Está escrito, en efecto: No todo el que me dice: «Señor, Señor» se salvará, sino

el que practica la justicia. Por tanto, hermanos, confesémoslo con nuestras

obras, amándonos los unos a los otros. No seamos adúlteros, no nos

calumniemos ni nos envidiemos mutuamente, antes al contrario, seamos castos,

compasivos, buenos; debemos también compadecernos de las desgracias de

nuestros hermanos y no buscar desmesuradamente el dinero. Mediante el

ejercicio de estas obras, confesaremos al Señor; en cambio, no lo confesaremos

si practicamos lo contrario a ellas. No es a los hombres a quienes debemos

temer, sino a Dios. Por eso, a los que se comportan mal les dijo el Señor:

Aunque vosotros estuviereis reunidos conmigo, si no cumpliereis mis

mandamientos, os rechazaré y os diré: «No sé quienes sois. Alejaos de mí,

malvados».

Por esto, hermanos míos, luchemos, pues sabemos que el combate ya ha

comenzado y que muchos son llamados a los combates corruptibles, pero no

todos son coronados, sino que el premio se reserva a quienes se han esforzado

en combatir debidamente. Combatamos nosotros de tal forma que merezcamos

todos ser coronados. Corramos por el camino recto, el combate incorruptible, y

naveguemos y combatamos en él para que podamos ser coronados; y si no

pudiéramos todos ser coronados, procuremos acercarnos lo más posible a la

corona. Recordemos, sin embargo, que si uno lucha en los combates

corruptibles y es sorprendido infringiendo las leyes de la lucha, recibe azotes y

es expulsado fuera del estadio.

¿Qué os parece? ¿Cuál será el castigo de quien infringe las leyes del combate

incorruptible? De los que no guardan el sello, es decir, el compromiso de su

bautismo, dice la Escritura: Su gusano no muere, su fuego no se apaga y serán

el horror de todos los vivientes.


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