DOCTORES DE LA IGLESIA
DOMINGO, XXXIII SEMANA
De las homilías de Gregorio de Palamás
(Homilía 26 : PG 151, 339-342)
¡Ojalá que en el siglo futuro nos hallemos también nosotros agregados a la
muchedumbre de los salvados!
Los que tuvieren una fe recta en nuestro Señor Jesucristo y mostraren su fe
con las obras; los que, atentos a sí mismos, se purificaren de la inmundicia de
sus pecados mediante la confesión y la penitencia; los que se ejercitaren en las
virtudes opuestas a los vicios: en la templanza, la castidad, la caridad, la
limosna, la justicia y la verdad, todos éstos, resucitados, escucharán al mismo
rey de los cielos: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino
preparado para vosotros desde la creación del mundo, y así reinaran con
Cristo, partícipes con él de un reino celestial y pacífico, viviendo eternamente en
una luz inefable que no conoce ocaso ni noche que la interrumpa, conversando
con los santos que fueron al principio en medio de las inenarrables delicias del
seno de Abrahán, donde no hay dolor, ni luto, ni llanto.
Una es en efecto la cosecha de las espigas inanimadas; de las intelectuales —
me estoy refiriendo al género humano— uno es también —y ya lo hemos
mencionado—el segador, que congrega a la fe, del campo de la incredulidad, a
los que reciben a los pregoneros del evangelio. Los segadores de esta mies son
los apóstoles y sus sucesores y, en el tiempo de la Iglesia, los doctores. De éstos
dijo Cristo: El segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la
vida eterna. Y los doctores de la piedad recibirán una recompensa tanto mayor
cuantas más personas convencidas reúnan para la vida eterna.
Existe todavía otra mies: el traslado de cada uno de nosotros, después de la
muerte, de la vida presente a la futura. Esta mies no tiene como segadores a los
apóstoles, sino a los ángeles, que, en cierto modo, son superiores a los apóstoles, ya que una vez hecha la recolección, eligen y separan —como al trigo de la cizaña — a los malos de los buenos: a los buenos los llevarán al reino de los cielos, y a los malos al horno encendido.
La puesta en escena de todo esto, descrita en el evangelio de Cristo, la
veremos otro día, cuando Cristo nos conceda el tiempo y las palabras para
hacerlo. ¡Ojalá que también nosotros, que ahora somos el pueblo elegido de
Dios, una nación consagrada, la Iglesia del Dios vivo, segregados de todos los
hombres impíos e irreligiosos, así también en el siglo futuro nos hallemos
segregados de los que son cizaña, y unidos a la muchedumbre de los salvados,
en Cristo nuestro Señor! ¡Bendito él por siempre! Amén.
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